miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿CÓMO ME GUSTARÍA QUE FUESE LA ESCUELA DEL 2018?

En esta entrada voy a intentar hacer un ejercicio de reflexión acerca de cómo me gustaría a mí que fuese la escuela dentro de unos años.

Lo primero es marcar un horizonte cronológico: 2018. Podría ser perfectamente otro, como 2016 (por lo de la "corazonada") o 2012, o cualquier otro. No vamos a ser ambiciosos y vamos a dejar algo más de margen.

Para dentro de unos años, pongamos 2018, me gustaría que la escuela haya cambiado en aquellos aspectos en los que creo que debe mejorar. No descubro nada nuevo si os cuento que me gustarían más medios, más infraestructuras. Aulas dotadas de los suficientes equipos tecnológicos; más espacios al aire libre en perfecto estado (por ejemplo pistas deportivas, descubiertas y cubiertas, que en invierno llueve y hace frío); laboratorios llenos de recursos y de instrumentación de última generación; conexiones inalámbricas por todo el centro (y que funcionen perfectamente); material informático a disposición de todo el mundo (alumnos y profesores) y así, un largo etcétera de deseos materiales para poder desarrollar nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje en las mejores condiciones posibles.

Pero no sólo de pan vive el hombre. También me gustaría una mayor implicación de todos los docentes en las nuevas formas de enseñar. Me temo que seguimos empleando métodos (yo el primero) del siglo XIX en una sociedad y para unos alumnos del siglo XXI. Ya no es suficiente impartir magistralmente una lección. El perfil del alumnado es cada vez más diverso, no sólo por su extracción social o económica sino por su preparación y capacidad intelectual. En 2018 (ojalá un poquito antes), los profesores, deberíamos enseñar a canalizar todo ese océano de información que los medios arrojan sin compasión todos los días sobre nuestros alumnos. Hay que aprender a filtrar, a purgar, a seleccionar, a identificar lo que nos interesa, a diferenciar el grano de la paja.
En esto consistirá, básicamente, la función del docente.

Tampoco será valida la repetición, sin más, de los contenidos de los libros de texto o de los materiales tradicionales. No es que vayan a desaparecer, pero, cada vez en mayor medida, el docente debe ser un creador de contenidos. Y esta labor no la llevará a cabo en solitario, sino acompañado por sus alumnos y por otros equipos de profesores en la elaboración de nuevos materiales.

Por supuesto que los contenidos se deben seguir impartiendo, pero quizás haya que modificar algunos de éstos para adecuarlos a los nuevos tiempos y a las nuevas sociedades. Y variará, sobre todo, la manera en que los profesores los impartamos. O nos adaptamos a las nuevas formas educativas o nos quedaremos anclados en el pasado como una reliquia de museo.

Evidentemente todo esto pasa por un aumento de la formación del profesorado. Los sistemas de acceso a la carrera docente, en ningún caso, nos prepararon para estos nuevos medios. Cada uno de nosotros, empleando su propio tiempo y sus energías, ha ido aprendiendo por aquí y por allá lo que ha podido. No podemos, por tanto, exigir nuevas maneras de enfocar la enseñanza si no dotamos a los docentes de las herramientas necesarias para acometerlas.

Por último, y no menos importante, me queda hablar de la otra parte del proceso. Los discentes. O dicho como siempre, los alumnos. También me gustarían cambios en su actitud. Un mayor compromiso por el esfuerzo, por el trabajo, por el deseo de aprender, nos vendría a todos también muy bien para mejorar la enseñanza. Posiblemente la solución pasara por una enseñanza más diversificada, con currículos más abiertos, con una mayor oferta de ciclos formativos para que cualquier joven tuviera siempre un lugar y un espacio en el que pudiera formarse a gusto. De esta manera solucionaríamos el tremendo problema de abandono escolar que sufrimos en España (en torno al 30%).

Todo esto no deja de ser un catálogo de deseos que pasa, necesariamente, porque aquellas instancias encargadas de administrar la educación pregunten más a los profesores, se involucren de verdad en la auténtica industria del país, en su principal activo: el material humano que sale de nuestras aulas. Legislación adecuada, mayores presupuestos y una apuesta decidida por la educación permitirían que nuestros jóvenes completaran una mejor formación que redundara, en un futuro, en una actividad económica más productiva, en elevar el nivel cultural de todos los ciudadanos y, en definitiva, en mejorar notablemente la calidad de vida de todos nosotros y de las generaciones futuras.

Si no tendemos a conseguir un poquito de felicidad ¿qué hacemos con todo esto?

2 comentarios:

  1. valla por dios! no creo q en el 2018 halla profesores de arte manden un examen sobre el arte creto-micénico, el griego(que es tela de largo,cuando lo acabé estaba sudando y se me habia olvidado el micénico)el ibérico y el etrusco ¬¬, ni los alumnos beberian redbull para poder estudiar santo Tomás de Aquino y san Agustin, ademas de lo de arte, y a estas horas de la mañana todavia quedarles por estudiar la filosofía....

    un saludo!

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